Hermano la calavera,
casi hecha polvo
en la memoria,
nos empuña;
comienza a apolillarnos.
Bailo un yaraví de mi tierra
como cuando éramos inmortales
en mujeres ajenas.
Cuando saltábamos lozas
sin mirar señales.
Nos vamos muriendo,
las canicas de la infancia
y el vuelo en otros mundos
se hacen lejanos
ahora que ya no somos
ni pólvora ni placer
en las tapias del cielo
Gabriel Cisneros Abedrabbo
26/11/10