Seguidores

22 agosto 2007

HIPOCONDRÍAS DE PAPEL



Gabriel Cisneros Abedrabbo
poesialas@hotmail.com

Recuerdo que mi generación de escritores siempre vivió desayunadse el mañana, rompiendo los timones, encendiendo luces entre mujeres tristes y bohemias interminables; un poco parricida, bastante imprudente, atormentados por el intimismo en la poesía, por el silencio en un mundo que parecía brillar no solo desde el espacio sino que nos hacía creer que había caído en la hegemonía gringa, entonces el arte era un producto de mercado que se vendía entre eunucos. Asustados rompimos la tribu, el lema de paz y amor se convirtió en un viejo modelo casi sin sentido, la lucha contra el consumismo que había emprendido se perdió en el tráfico de marihuana y nosotros nos quedamos solos, se nos calificó como la generación Sida, Plaza Sésamo, etc. Realmente éramos huérfanos en un mundo que intentaba olvidarnos, sin embargo desde aquellos mutis rotos con el grito desgarrador saltamos y fraccionamos la olla en la que nos querían cocinar junto a cuadrados poemas.

Una generación totalmente impar, poetas de papel friccionando un mundo que había perdido el alma, y que la encontraba ocasionalmente en textos de aquellos hermanos cuya voz la siento tal lejana en el tiempo; sin embargo nuestra carrera siempre tuvo una llegada, nuestro modelo siempre fluyo desde el humanismo, desde volvernos proscritos en una sociedad que lo vendía todo menos a nosotros, al menos eso lo creímos en su momento.

Casi todos fruto de los talleres de literatura, buscábamos construir el estilo propio, la forma original que nos permita ser verdaderamente, de momentos olvidamos el por qué se escribe y el para quién se escribe y caíamos en un hecho casi mecánico, asustados por los lugares comunes y las formas huecas, a ratos expatriamos de nuestros textos al sentimiento, a la sensación, a la locura que fluía desde el centro, desde la angustia de estar vivos. Pocos sobrevivimos hambres y olvidos, nos enfrentamos al papel y como todo hijo, ahora después de quince o veinte años, vemos con horror que nos estamos pareciendo a nuestros padres poéticos, a quienes tachamos con el dedo en su momento, ahora sus nietos están poniendo el dedo en nosotros, esto de ser humano y artista es una doble trampa, en la que siempre perdemos.

La poesía para mí ha sido un eje a través del cual respiro, desde mis monólogos de soledad en la infancia hasta el desamor persistente en las horas, es la poesía la que llueve prismas para saber que hay algo más que materia, que somos algo más, que nuestra vibración es capaz de prolongarse en las memorias de los que se rasuraran la luna en digitales silencios ya sin rosas.

Esto casi es una oración, una autopsia desesperada de los sentidos, no sé un alzar la voz para saber si a alguna persona le importa mis fracciones de canto, que desfallecen en una ciudad que nos olvida muy de prisa.

No hay comentarios.: