Gabriel Cisneros Abedrabbo
poesialas@hotmail.com
En el aeropuerto Internacional “Simón Bolívar” de la ciudad de Guayaquil, al iniciar mi viaje a Galápagos la emoción danzaba en extraños ritmos, ya en el avión de TAME, mis sentidos se deleitaban con un cúmulo de nubes que es su ternura ocultaban al mar.
Mi subconsciente evocó a Julio Verne, lo pensé en mi circunstancia, viajando en el tiempo para reencontrarse con las claves genéticas de la evolución de la vida, para cautivarnos luego con una nueva genialidad de letras, misterio y profunda vitalidad.
En Baltra, brotó la magia en ordenes armónicos, las munificencias de la evolución retroalimentaban mi primer grito ante la luz, y muy gustoso me deje llevar de mis maestros guías Pepe, Dolores, Ivonne y Emerson a descubrir la mitología de una tierra cuyos nortes conocía por reportajes, pero que nunca hasta sorber la primera bocanada de aire pude comprender.
Madre natura, se viste exuberante, atrevida, irreal. Todo es posible, desde dar el salto sin paracaídas a la belleza, hasta encontrase con una “laguna de las ninfas”, donde iguanas, piqueros, manzanillos, tunas hechas árboles gigantes, etc., te hacen sentir la verdadera dimensión de tu soledad.
Hasta hoy, el espacio más impresionante ha sido la playa de “Tortuga Bay”, para llegar a ella hay que caminar cuarenta y cinco minutos más o menos por un sendero del cual el turista no puede salir, por el peligro de perderse en la grietas o enamorarse demasiado de los vientos que saltan entre las hojas. Al percibir la presencia del mar, uno desea con toda su convicción compenetrarse con las transparencia de las aguas, con la pulsación que te da sentirte en una burbuja liquida que por todos los dinteles del cielo, exhalan el instante primero es una comunión cósmica con la vida y con los ecos guturales que me hacen evocar la más antigua historia, que mis huellas sobre la arena siguen escribiendo.
A más de eso el ser humano a aprendido, en las “islas encantadas” a cohabitar con la mayor tolerancia y respeto entre las especies, el galapagueño por amor a su entorno cumple con la ley sirviendo y sirviéndose de estas islas, patrimonio natural de la humanidad.
En las noches, las estrellas, palpitan más cálidas y desde ese sin fin de ecos animales me siento afortunado de poder vislumbrar, escuchar y percibir, cada eco de vida que se filtra por todas las dimensiones alimentándome y haciéndome crecer, como hombre.
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