Gabriel Cisneros Abedrabbo
poesialas@hotmail.com
“Hay que morir con los ojos abiertos
para no perder la memoria”
Pepe Rosero
Desde que el hombre tuvo conciencia de su interrelación con la tierra y su esencia perecible en la materia, la muerte ha sido parte fundamental de su cultura y eje transversal en la búsqueda de la divinidad, los ritos antiguos confluyen en todas las culturas, en recrear la muerte en el neófito y en el renacer en un ser de luz, luego de enfrentar todos y más profundos miedos.
Cada pueblo en su interrelación con la tierra y los elementos fundamentales de esta trata la muerte desde el respeto fundamental al abismo que esta representa, a la profunda ruptura que es para el hombre el quedar trunco en el ciclo, con los gestos por expresar y sin un halo de luz en la memoria.
Al ser dual nuestra realidad y cíclico nuestro universo, la muerte, ese salto al vacío sin miedos ni postergaciones, es parte del equilibrio para la necesaria vida. Debemos asumir nuestra temporalidad y vivir cada gramo de oxígeno en la intensidad de entregar nuestro ser en el puente que debe ser el hombre para el fluir necesario a dios.
De manera personal, creo que en la creación aún no hemos llegado al séptimo día, por lo que acto a acto vamos construyendo nuestro mañana espiritual y la muerte es el instrumento certero para ello, instrumento a través del cual evolucionamos.
En nuestra realidad ecuatoriana, la muerte se manifiesta en todos los hechos del convivir social y artístico, es así que hoy dos de noviembre retomamos los afectos y proyectamos en la memoria y el ritual a quienes se nos adelantaron en el camino, en peregrinajes y eucaristías que nos recuerdan que somos polvo, esencia y fundamento de la tierra.
En este peregrinaje sin paracaídas, cada eco es profundo. La preparación de las guaguas de pan y la colada morada son más que comidas de la época son un acto para recordar, el ceremonial que todavía se dan en algunos pueblos de llevar comida a los muertos es el instante para compartir con el ser querido todos los encuentros y desencuentros que se ha vivido en el transcurso del año.
La única muerte es el olvido, murmura el poeta al filo de la noche translucida; y, es verdad cuando nos extinguimos verdaderamente del sueño, es cuando los que nos amaron nos dejan de soñar, es por ello amigo lector que debemos ser posibilidades para que nuestra muerte no sea más que un estado de transición en nuestra vida.
poesialas@hotmail.com
“Hay que morir con los ojos abiertos
para no perder la memoria”
Pepe Rosero
Desde que el hombre tuvo conciencia de su interrelación con la tierra y su esencia perecible en la materia, la muerte ha sido parte fundamental de su cultura y eje transversal en la búsqueda de la divinidad, los ritos antiguos confluyen en todas las culturas, en recrear la muerte en el neófito y en el renacer en un ser de luz, luego de enfrentar todos y más profundos miedos.
Cada pueblo en su interrelación con la tierra y los elementos fundamentales de esta trata la muerte desde el respeto fundamental al abismo que esta representa, a la profunda ruptura que es para el hombre el quedar trunco en el ciclo, con los gestos por expresar y sin un halo de luz en la memoria.
Al ser dual nuestra realidad y cíclico nuestro universo, la muerte, ese salto al vacío sin miedos ni postergaciones, es parte del equilibrio para la necesaria vida. Debemos asumir nuestra temporalidad y vivir cada gramo de oxígeno en la intensidad de entregar nuestro ser en el puente que debe ser el hombre para el fluir necesario a dios.
De manera personal, creo que en la creación aún no hemos llegado al séptimo día, por lo que acto a acto vamos construyendo nuestro mañana espiritual y la muerte es el instrumento certero para ello, instrumento a través del cual evolucionamos.
En nuestra realidad ecuatoriana, la muerte se manifiesta en todos los hechos del convivir social y artístico, es así que hoy dos de noviembre retomamos los afectos y proyectamos en la memoria y el ritual a quienes se nos adelantaron en el camino, en peregrinajes y eucaristías que nos recuerdan que somos polvo, esencia y fundamento de la tierra.
En este peregrinaje sin paracaídas, cada eco es profundo. La preparación de las guaguas de pan y la colada morada son más que comidas de la época son un acto para recordar, el ceremonial que todavía se dan en algunos pueblos de llevar comida a los muertos es el instante para compartir con el ser querido todos los encuentros y desencuentros que se ha vivido en el transcurso del año.
La única muerte es el olvido, murmura el poeta al filo de la noche translucida; y, es verdad cuando nos extinguimos verdaderamente del sueño, es cuando los que nos amaron nos dejan de soñar, es por ello amigo lector que debemos ser posibilidades para que nuestra muerte no sea más que un estado de transición en nuestra vida.
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