De un tajazo, sin momento para despedidas, sin posibilidades para el abrazo o la última conversación sobre la problemática local que tanto le inquietó durante toda su vida, el destino cortó los sueños del Maestro y amigo Máximo Layedra
Una angustia intima parte desde efímera circunstancia de la naturaleza humana, nos cuestiona reiteradamente, el para qué estamos aquí; entender esas razones nos permite saber que quien ha emprendido el camino sin retorno, en éste luto de la intelectualidad chimboracense, estuvo para ser una fuerza de convergencia social, un líder de singular importancia cuya militancia por su barrio “Los Pinos” ha sido ejemplo en al ciudad de Riobamba, quienes vivimos en este espacio físico nos quedamos huérfanos del comandante que emprendió, a veces solo, las batallas
En la Casa de la Cultura y Diario “La Prensa”, sentimos de muchas formas su partida, se quedan inconclusos los libros de la campaña de lectura que estaba corrigiendo, se queda vacío un espacio en la mesa de trabajo al emprender proyectos de desarrollo social, pero más allá de eso en nuestras ternuras se crea una llaga, un grito, los Heraldos Negros que evocó Vallejo golpeando sin tregua, llorando sin calma.
Emprendió el salto, rompió la brecha que hiela la sangre fusionándose nuevamente a la tierra de donde germinó. El último acabose, la peregrinación ritual del silencio en al memoria colectiva, no ha llegado para Máximo Layedra, en la tierra quedan muchas semillas que él plantó, cada vez que éstas fructifiquen sabremos que su obra fue buena y que esta en nosotros. La tradición popular dice que “La única muerte es el olvido”; desde esa óptica Max vivirá por siempre.
Amigo, la tarde se rompe en mundos tristes, uno de ellos anida en mi pecho, despliega sus espinas y me rasga la carne con el luto, recordándome minutos compartidos, sonrisas plenas en la jorga de toda la vida; Maestro la senda es ancha nos veremos en la otra dimensión de nuestros tiempos.
En la Casa de la Cultura y Diario “La Prensa”, sentimos de muchas formas su partida, se quedan inconclusos los libros de la campaña de lectura que estaba corrigiendo, se queda vacío un espacio en la mesa de trabajo al emprender proyectos de desarrollo social, pero más allá de eso en nuestras ternuras se crea una llaga, un grito, los Heraldos Negros que evocó Vallejo golpeando sin tregua, llorando sin calma.
Emprendió el salto, rompió la brecha que hiela la sangre fusionándose nuevamente a la tierra de donde germinó. El último acabose, la peregrinación ritual del silencio en al memoria colectiva, no ha llegado para Máximo Layedra, en la tierra quedan muchas semillas que él plantó, cada vez que éstas fructifiquen sabremos que su obra fue buena y que esta en nosotros. La tradición popular dice que “La única muerte es el olvido”; desde esa óptica Max vivirá por siempre.
Amigo, la tarde se rompe en mundos tristes, uno de ellos anida en mi pecho, despliega sus espinas y me rasga la carne con el luto, recordándome minutos compartidos, sonrisas plenas en la jorga de toda la vida; Maestro la senda es ancha nos veremos en la otra dimensión de nuestros tiempos.
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