Gabriel Cisneros
http://www.dicciondesnuda.blogspot.com/
Un vampiro se pasea desnudo por una playa tropical y no mata por amor. Un cura duerme junto a una virgen ingenua, a pesar de su deseo se castra en silencio en el nombre de Dios. Un alumno seduce a su maestra sin entender que es él quien cayó en la trampa; así es “El Perfume”, de esas historias que uno ve casi en estado hipnótico, sin respirar ni pestañar por miedo a perder detalle de una realidad que muy íntimamente queremos que nos pase aunque estemos convencidos nunca nos llegará, ni en la muerte… Absurda ironía del soñador, pecado a flor de piel del silencio, suicidio en ochenta años del mismo pan.
La película sin llegar a los pies de la novela del mismo nombre del genial Patrick Süskind, tiene textura, olor, profundidad, abismo, y cuenta la historia de Jean Baptiste Grenouille un ser humano incompleto en sus sentidos, un exorcismo de la naturaleza sobre la cordura que nace alrededor de la miseria y la desgracia, las cuales le signan en su periplo por los instantes. Él nace en medio del mercado de pescado de París, en un acto repugnante de una mujer que arroja como excremento a su hijo recién nacido, en medio de viseras y escamas en descomposición; y, como si nada sigue vendiendo en su puesto arrugado por la angustia. El pueblo la mata ante el llanto del niño, quien es llevado a un orfanato donde termina como una bestia más a la que desde el primer día los otros niños intentan matar por el pan a compartir. Quizá ese primer contacto con la repugnancia del mercado quita al protagonista su esencia aromática, el olor de su piel y le permite comunicarse con el entorno a través de un supra sentido del olfato por el cual puede aspirar olores que se encuentran a kilómetros distancia sobre y bajo el agua. En una niñez y adolescencia solitaria, su olfato es el mejor instrumento para comunicarse por lo que no aprende a hablar hasta los cinco años. Signado por la muerte tarde o temprano aquellos que están cerca a él mueren trágicamente.
En un mundo de explotación, en el drama cotidiano de sobrevivir, en una sociedad feudalista, donde él es menos que un ser humano, pasa de dueño en dueño: por el orfanato, la curtiembre, la perfumería (en donde es un maestro sin igual para crear esencias formidables). Muy joven y luego de sobrevivir más que muchos en la curtiembre, es llevado por su oscuro amo a entregar unas pieles, en un lapsus de libertad descubre la fragancia de la vida en la piel de una vendedora de frutas, la mata por accidente, la desnuda, la palapa desde sus olores en un sucio placer tratando de apoderase de su esencia.
En ese viaje por la desgracia sin mayores espacios de felicidad, en una esquina de su tiempo descubre que le falta lo que percibe en los demás, angustia de oler el mundo y no sentirse a sí mismo, maldición de cinco puntas para un hombre que no lo ha tenido nada. Su alma ante la desesperación conjura la locura y la genialidad, diagramando una idea llena de sublimidad, ternura, muerte y erotismo. Su idea es crear un perfume desde la sublimidad más dual de la vida, la mujer. Busca el perfume filosofal por ponerle un calificativo, comienza a asesinar mujeres, a las cuales a través de un proceso de ceras va extrayendo la esencia más pura de su olor, lo ha calculado todo perfectamente, su profundo sentido olfativo le permite saber el número exacto de mujeres que necesita para crear la magia en la fragancia y una de esas mujeres es alguien a quien ama. ¿Pueden los asesinos amar y si pueden matan en nombre de ese amor? Sigue y sigue en ese salto por la muerte a la vida y la desesperación cunde en la aldea. Es descubierto por un error extraño y allí en ese laberinto de circunstancias huye en pos de la que le falta para su esencia, de la que ama, la toma, la mata, extrae su esencia. Los aldeanos guardianes contratados por el padre de la chica lo atrapan, lo flagelan. Él es la ignominia del pueblo, hijo de Belcebú o el mismo demonio. Lo que ellos no saben es que entre sus ropajes rotos por la prisión de la vida misma, esconde el frasco del perfume. El pueblo se ha reunido en la plaza para ahorcar y vejar al asesino, sale en un carruaje, el silencio es expectante, está vestido como un caballero sin embargo en su mirada se siente el abismo de no existir, el verdugo se postra ante él y declara su inocencia. El viento se detiene, el padre de la que amó se arrodilla a besar sus pies, ¡Por Dios es inocente!, ¡Es un santo!. Saca el perfume y con un pañuelo comienza a rociar a la muchedumbre desde sus cuatro soledades.
La histeria se irradia a toda la plaza, terminando en una bacanal envidiable y obscena, ni el obispo deja de poseer y ser poseído en un ataque de lujuria donde el entendimiento solo vibra en la piel y su placer.
El Dios de un mundo que no le pertenece regresa a París, frente a su exilio se riega el perfume en la misma plaza donde nació entre el fétido del pescado y la rutina todo el frasco del perfume, tal vez para volver a tener olor. De pronto el éxtasis se convierte en antropofagia, mendigos, putas y desposeídos hurgan en su carne con los dientes en la necesidad de tener dentro de si ese paraíso que no entienden. No queda ni un hueso en la memoria. Jean Baptiste Grenouille, desaparece en el mismo mercado donde nunca existió…
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Un vampiro se pasea desnudo por una playa tropical y no mata por amor. Un cura duerme junto a una virgen ingenua, a pesar de su deseo se castra en silencio en el nombre de Dios. Un alumno seduce a su maestra sin entender que es él quien cayó en la trampa; así es “El Perfume”, de esas historias que uno ve casi en estado hipnótico, sin respirar ni pestañar por miedo a perder detalle de una realidad que muy íntimamente queremos que nos pase aunque estemos convencidos nunca nos llegará, ni en la muerte… Absurda ironía del soñador, pecado a flor de piel del silencio, suicidio en ochenta años del mismo pan.
La película sin llegar a los pies de la novela del mismo nombre del genial Patrick Süskind, tiene textura, olor, profundidad, abismo, y cuenta la historia de Jean Baptiste Grenouille un ser humano incompleto en sus sentidos, un exorcismo de la naturaleza sobre la cordura que nace alrededor de la miseria y la desgracia, las cuales le signan en su periplo por los instantes. Él nace en medio del mercado de pescado de París, en un acto repugnante de una mujer que arroja como excremento a su hijo recién nacido, en medio de viseras y escamas en descomposición; y, como si nada sigue vendiendo en su puesto arrugado por la angustia. El pueblo la mata ante el llanto del niño, quien es llevado a un orfanato donde termina como una bestia más a la que desde el primer día los otros niños intentan matar por el pan a compartir. Quizá ese primer contacto con la repugnancia del mercado quita al protagonista su esencia aromática, el olor de su piel y le permite comunicarse con el entorno a través de un supra sentido del olfato por el cual puede aspirar olores que se encuentran a kilómetros distancia sobre y bajo el agua. En una niñez y adolescencia solitaria, su olfato es el mejor instrumento para comunicarse por lo que no aprende a hablar hasta los cinco años. Signado por la muerte tarde o temprano aquellos que están cerca a él mueren trágicamente.
En un mundo de explotación, en el drama cotidiano de sobrevivir, en una sociedad feudalista, donde él es menos que un ser humano, pasa de dueño en dueño: por el orfanato, la curtiembre, la perfumería (en donde es un maestro sin igual para crear esencias formidables). Muy joven y luego de sobrevivir más que muchos en la curtiembre, es llevado por su oscuro amo a entregar unas pieles, en un lapsus de libertad descubre la fragancia de la vida en la piel de una vendedora de frutas, la mata por accidente, la desnuda, la palapa desde sus olores en un sucio placer tratando de apoderase de su esencia.
En ese viaje por la desgracia sin mayores espacios de felicidad, en una esquina de su tiempo descubre que le falta lo que percibe en los demás, angustia de oler el mundo y no sentirse a sí mismo, maldición de cinco puntas para un hombre que no lo ha tenido nada. Su alma ante la desesperación conjura la locura y la genialidad, diagramando una idea llena de sublimidad, ternura, muerte y erotismo. Su idea es crear un perfume desde la sublimidad más dual de la vida, la mujer. Busca el perfume filosofal por ponerle un calificativo, comienza a asesinar mujeres, a las cuales a través de un proceso de ceras va extrayendo la esencia más pura de su olor, lo ha calculado todo perfectamente, su profundo sentido olfativo le permite saber el número exacto de mujeres que necesita para crear la magia en la fragancia y una de esas mujeres es alguien a quien ama. ¿Pueden los asesinos amar y si pueden matan en nombre de ese amor? Sigue y sigue en ese salto por la muerte a la vida y la desesperación cunde en la aldea. Es descubierto por un error extraño y allí en ese laberinto de circunstancias huye en pos de la que le falta para su esencia, de la que ama, la toma, la mata, extrae su esencia. Los aldeanos guardianes contratados por el padre de la chica lo atrapan, lo flagelan. Él es la ignominia del pueblo, hijo de Belcebú o el mismo demonio. Lo que ellos no saben es que entre sus ropajes rotos por la prisión de la vida misma, esconde el frasco del perfume. El pueblo se ha reunido en la plaza para ahorcar y vejar al asesino, sale en un carruaje, el silencio es expectante, está vestido como un caballero sin embargo en su mirada se siente el abismo de no existir, el verdugo se postra ante él y declara su inocencia. El viento se detiene, el padre de la que amó se arrodilla a besar sus pies, ¡Por Dios es inocente!, ¡Es un santo!. Saca el perfume y con un pañuelo comienza a rociar a la muchedumbre desde sus cuatro soledades.
La histeria se irradia a toda la plaza, terminando en una bacanal envidiable y obscena, ni el obispo deja de poseer y ser poseído en un ataque de lujuria donde el entendimiento solo vibra en la piel y su placer.
El Dios de un mundo que no le pertenece regresa a París, frente a su exilio se riega el perfume en la misma plaza donde nació entre el fétido del pescado y la rutina todo el frasco del perfume, tal vez para volver a tener olor. De pronto el éxtasis se convierte en antropofagia, mendigos, putas y desposeídos hurgan en su carne con los dientes en la necesidad de tener dentro de si ese paraíso que no entienden. No queda ni un hueso en la memoria. Jean Baptiste Grenouille, desaparece en el mismo mercado donde nunca existió…
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