Gabriel Cisneros Abedrabbo
Para qué escribir en un mundo donde la cotidianidad va perdiendo el alma y la conciencia relega cada segundo los valores trascendentales de ser y sentirse humano, para qué si todos los paradigmas aparentan deshojarse en un cementerio de sueños olvidado tras la red, el monitor y el desamor. Esta interrogante confronta al escribidor que frente a la hoja en blanco danza con los demonios que acosan a todos los artistas. El tacho de la basura va creciendo con textos que no llegan, que no inmovilizan, que no golpean y se maquillan simplemente para la comedia que tras todas las mascaras se va desarrollando.
La pregunta vuelve, para qué escribir, para qué sembrar flores en un jardín de acero; la respuesta va germinando lenta pero con una tenacidad del volcán que sin miedos o avisos nos enterró en ceniza; escribir para no dejar de ser, para no incrementar las estadísticas del desencanto y entregar los castillos al olvido.
Al principio creí que el escritor al diagramar con palabras mundos, vencía a la muerte al perennizarse en la memoria colectiva, escribir es mucho más que eso es plasmar de una manera crítica la conciencia de todos los seres medianamente inteligentes que habitamos este planeta, para denunciar, transformar, en definitiva para que no se olvide quienes somos y a donde queremos ir. El escritor y el artista son la conciencia, la fuerza espiritual que desde la materialidad el ser humano proyecta en su evolución a la divinidad.
El escritor, es un ser acosado de demonios, de voces que lo despiertan en la noche y lo incitan a crear. Siendo estos demonios las percepciones profundamente sensibles que éste tiene de la realidad, él ve lo que los demás seres no ven o no quieren ver y en esa angustia de sentirse solo frente a un conglomerado con no lo entiende sublima sus miedos y felicidades en el alambique de las palabras, hacia un fluir de futuros con memoria histórica, social.
Se escribe, como una profunda necesidad de sobrevivencia, sin la palabra muchos terminaríamos locos o muertos, el rito de escribir tiene muchos bemoles y muchos conciertos, esos silencios y soledades también acosan al escritor y a veces lo incitan a crear las más bellas composiciones, por lo general las mejores obras literarias se han creado y se crean en profundos estados de sufrimiento, convirtiéndose el arte la mejor forma de sublimación de los miedos.
Escribir es una aventura, como las de la edad media en la que hay que vencer dragones y demonios, vencerse a si mismo y sobrevivir a la hoja en blanco que día a día nos acosa, nos intimida y pretende ganarnos la partida.
1 comentario:
Hola Gabriel:
Quería felicitarlo por tan excelente prosa, me gusta su prolífico material.
Usted bien lo ha dicho, en el párrafo numero cuatro de este excelente manifiesto: El escritor, es un ser acosado de demonios, de voces que lo despiertan en la noche y lo incitan a crear, ninguna definición encierra tanto la naturaleza del escritor como la que desarrolla usted en este párrafo. Lastimosamente los escritores son una especie en extinción en nuestra selva humana.
Solo le exhorto que siga trabajando en beneficio de la cultura y el arte.
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