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Se murió la Jacinta.
Su vida se largo por el fregadero.
¡No hay caja tan ancha
¡No hay caja tan ancha
para alma tan limpia,
ni tierra tan pura
ni tierra tan pura
para flor tan perfecta!
Rubén Molina
Rubén Molina
Rubén Molina, nació en 1964 en la comunidad de Saraguro, provincia de Loja, es pintor escultor y poeta, en su quehacer artístico ha realizado exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera del país, formando su obra pictórica parte de importantes colecciones. Como escritor ha publicado: “Visiones” (novela), “Entre niños y genios” (Ensayos poéticos), “Los caballeros sin mancha” (Novela), “Los Tejedores del Fuego” (Novela) y tiene varios trabajos listos para su publicación.
En la sublimación certera de los trapiches de viento, los azules de Rubén Molina como posesos transformadores se toman lienzos y poemas, transitan por míticos mundos, donde el profeta, el demente y el trovador son protagonistas de utópicas dimensiones en la búsqueda de encontrar la esencia más simple de las cosas.
El ángel-infierno que habita en ese mundo diagramado por Molina, es creativo, apasionado, humano; es mar abrazando islas tristes, en fin es esencia del Todo transmutando en el arte, evolucionando en la palabra. Sus obras tienen la tenacidad para sobrevivirlo y perennizarlo. A muchos asustan, a muchos conmueven y a todos nos generan un sentimiento de búsqueda, de iniciar un viaje para redefinir muchas circunstancias.
Entre los lienzos como grietas de un astro que reinventa, saltan escultopinturas y se posesionan sin litigios en la pupila, esta modalidad hibrida tiene en el creador a un empecinado que no se da por vencido en las batallas, el arte que no es otra cosa que la constante inquisición en la propia alma, flagela cada segundo a Molina dándole alas, espacios por reinventar y una coraza de éter.
Sus manos inician diálogos atemporales con el ser cósmico que esta surgiendo en un entorno invadido por las máquinas, en un entorno que ofensivamente pretende instalar un chip en la humanidad para que olvide su raigambre milenaria y se convierta en una secuela del consumo. Junto a otros seres de luz inicia una lucha y se enfrentan a los miedos de la modernidad.
Él se describe como “…un conocedor de la naturaleza humana; las incógnitas de la sucesión de sueños donde sus criaturas serenas, fantasmales emanan el poder del misterio, deambulando en una insospechada oscuridad transformándonos en cómplices de sus abismos, donde el observador encontrará el concepto de seres incubados en el más allá de lo visible…”
Molina se da un abrazo con su obra, ve en ella el tragaluz donde se encanecen las pestañas y el dios pretérito recobra entre líneas el paraíso perdido.
En la sublimación certera de los trapiches de viento, los azules de Rubén Molina como posesos transformadores se toman lienzos y poemas, transitan por míticos mundos, donde el profeta, el demente y el trovador son protagonistas de utópicas dimensiones en la búsqueda de encontrar la esencia más simple de las cosas.
El ángel-infierno que habita en ese mundo diagramado por Molina, es creativo, apasionado, humano; es mar abrazando islas tristes, en fin es esencia del Todo transmutando en el arte, evolucionando en la palabra. Sus obras tienen la tenacidad para sobrevivirlo y perennizarlo. A muchos asustan, a muchos conmueven y a todos nos generan un sentimiento de búsqueda, de iniciar un viaje para redefinir muchas circunstancias.
Entre los lienzos como grietas de un astro que reinventa, saltan escultopinturas y se posesionan sin litigios en la pupila, esta modalidad hibrida tiene en el creador a un empecinado que no se da por vencido en las batallas, el arte que no es otra cosa que la constante inquisición en la propia alma, flagela cada segundo a Molina dándole alas, espacios por reinventar y una coraza de éter.
Sus manos inician diálogos atemporales con el ser cósmico que esta surgiendo en un entorno invadido por las máquinas, en un entorno que ofensivamente pretende instalar un chip en la humanidad para que olvide su raigambre milenaria y se convierta en una secuela del consumo. Junto a otros seres de luz inicia una lucha y se enfrentan a los miedos de la modernidad.
Él se describe como “…un conocedor de la naturaleza humana; las incógnitas de la sucesión de sueños donde sus criaturas serenas, fantasmales emanan el poder del misterio, deambulando en una insospechada oscuridad transformándonos en cómplices de sus abismos, donde el observador encontrará el concepto de seres incubados en el más allá de lo visible…”
Molina se da un abrazo con su obra, ve en ella el tragaluz donde se encanecen las pestañas y el dios pretérito recobra entre líneas el paraíso perdido.
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