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09 noviembre 2011

GUSTAVO GARZÓN LA PALABRA EN EL TIEMPO DEL NO TIEMPO

Gabriel Cisneros Abedrabbo


Jungla emancipadora de soles, así es la voz que se entreteje desde Gustavo Garzón Guzmán, poeta que nos ofrendó en la memoria libertad, para fracturar, al menos transitoriamente,  una geografía de golpes, de gritos ahogados en fundas plásticas que aprisionaron la piel, la levedad; más no la constancia de ecuatorianos y ecuatorianas que desde el arte se articularon en células, para expatriar la monstruosidad en el manejo del poder. Bardo que colgando de vocales flotaba por las calles de Quito, por sus bares entrecortados de risas y setos de aguardiente, por las mujeres que lo amaron, que lo estrujaron entre su pecho para olvidar sus soledades, por nosotros que desde él gritamos, multiplicamos la esperanza y somos.

La consigna, era callar la voz de los libres, cueste lo que cueste y muera quien muera. Gustavo Garzón, sin importar que la crítica acomodada al poder lo tache de panfletario y que su vida-muerte camine por el filo de un terrible peligro, sale  al espectro público insurgente y militante a gritar que se detengan no solamente los espejismos cargados de miseria, sino quienes los fabrican con la dermis de otros, con el sudor de otros, con las manos de niños desnutridos y soledades cadavéricas que se venden como mercancía.

El Ecuador como país, quería y quiere la inclusión, la interculturalidad y frente a gobiernos que cierran todos los canales de diálogo, la cantata de las armas se vuelve necesaria, que bochornoso confesar que en ese momento no tuvimos el valor de ser vertientes en su edén de esperanza; alquimia social, para crear canales de palabra y gestión a aquellos que habían sido invisibilizados históricamente, forzados a cortarse la garganta, a callar las músicas.

El ogro asustado, busco  el chivo expiatorio de aquella floración por construir dignidad, cacería de brujas desde donde se plantaron los mártires y se intento poner punto final a un gritar en colectivo, a través de crímenes de estado, muchos fueron los que perdieron instantes, hermanos, hijos, inocentes que ni siquiera entendían la revolución y fueron torturados por las dudas, por si acaso, para que nadie lo intente. De entre esos adalides acribillados Marco Núñez y Gustavo Garzón, son los más cercanos a nosotros, los que más nos duelen, los que más sangran en cada verso que acrobáticamente recorre nuestra alma.

Aún nos preguntamos dónde esta Gustavo Garzón, tenemos la certeza donde repica como pólvora su poesía, pero no sabemos dónde está su piel y su  cráneo, como planeta de un tiempo que no vuelve, que se estrella contra las estalactitas del olvido. Hay que tener la voluntad, para que el Estado Ecuatoriano, devuelva la dignidad a nuestros muertos, para que se reabra el expediente de la ignominia nacional y lavando nuestro pasado reinventemos nuestro futuro.

No se puede presentar un libro, de un escritor asesinado, sin decir nada de él y solamente remontarse al texto. Hay que hurgar en el yo de carne, hay que adivinar cuál era el brillo de su iris y sentir cual es, veintiún años después de su fuga, la fuerza de su presencia universal entre los otros y los nuestros.

El libro, desde el ensayo va descubriendo transmutaciones áuricas en la literatura, en el refrendar que está hace de la realidad y en el oficio de escribir, tenacidad del sol a cuatro manos que muchas veces se olvida en pos de modismos, de escalas de imagen, de círculos cerrados donde la literatura es estatus y no vida. Garzón cuestiona al arte por el arte, el reclama un arte comprometido con la lucha social, con las gentes, con los que se suicidan sin morir. Escuchemos un párrafo en donde plantea, la tesis en mención.

"El escritor, como todo hombre, debe ser un hombre total, máxime cuando queremos ser dignos de un mundo nuevo, ser dignos de poder ser llamados seres humanos, en el sentido en que el Che Guevara soñara. Por lo tanto debe saber integrar perfectamente su trabajo creador con su deber como ser social y crítico de la sociedad."

Este compromiso que planea el creador, lo hace en el respeto a la libertad de creación y rompe con esas consignas mal llamadas revolucionarias, donde reducen a los creadores a esclavos de gobiernos que a través de la literatura revolucionaria coartan la libertad de creación, como que los escritores no tuvieran vacíos, ausencias, como que no vieran en grises para ser obligados a realidades en blanco y negro. Retomamos la palabra de Garzón:

Latinoamérica, y el mundo en general, se enfrentan a la lucha por su liberación definitiva, y en esta lucha el escritor tiene la obligación de ser partícipe directo, pero tampoco puede dejarse y dejar reducir su arte a esquemas tales como el del llamado “realismo socialista”, que deviene en una suerte de “destrucción de la literatura”. No, el escritor debe seguir luchando por sacar a flote sus fantasmas, que generalmente son patrimonio de muchos otros individuos, seguir luchando por buscar sus formas de expresión, en ese sentido si siente el deber de “des-estructurar” el texto pues, tiene todo el derecho de hacerlo, lo que no le convierte en reaccionario, indiferente, o cosas por el estilo. Al contrario éstas búsquedas son consecuentes con el proceso revolucionario.

Poeta de hélices encendidas, los pájaros son señales con las que pintas nuestro planear por los andes, por las chacras y los tejados. Hoy tomo tu palabra en tus ensayos, rupturas a castidades insomnes, a dualidades donde el viento viste desnudeces, para embriagarme en ella, instalarme en un balcón de hotel a gestar erupciones desde tu verbo, desde tu poesía, desde ese eje planetario donde te recordamos.

Ante ustedes el libro, que publicado a través de K-oz Editorial, en minga con la Casa de la Cultura, en la incansable gestión que realizamos por articular la memoria de la Patria, es crisol en la sobrevivencia de un escritor que desde su compromiso fragua la espada contundente con que arrollaremos la desmemoria y el olvido.