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A pesar de que el graffitero es un tipo de la noche que en muchos casos pasa apuros para escapar de furiosos dueños de casa y patrulleros de barrio, su labor es impresionante y se vuelve parte fundamental en la poesía urbana que se gesta día a día entre pared y pared; de seguro más de uno habrá tomado conciencia desde los mensajes que llueven en nuestros ojos

Solo es necesario un tarro de pintura se echan andar los andamiajes de la imaginación. Viejos graffitis, vuelven a la memoria: “Quisiera verte desnuda para saber como es dios / f: Pitufo”, “No quisiera tenerte una noche, sino soñarte mil pitufito / Marlene”, ó aquellos que a nivel nacional se convirtieron en paradigma de una generación: “Quisiera una política inspirada en Henry Miller”, “Mi binomio son tus ojos”, “Las putas al poder sus hijos ya fallaron”, “Si apagan la luz al menos regalen condones”, “Prohibido robar, el Congreso no admite competencia” , su visión de la realidad no pierde vigencia en el contexto social en el que nos desenvolvemos.
El pasado martes 10 de diciembre Día Internacional de los Derechos Humanos, la gente de la ciudad y sobre todos jóvenes de escuelas, colegios y universidades, plasmaron graffitis, entre los que se destacan: “No queremos más explosiones / f: las bombas”; “Sin ser terroristas, nos están matando”, “Riobamba en paz”, “Seguimos volando en tu cometa Proaño”, etc.
El intimismo que marca la coyuntura espiritual de la nueva generación se ratifica en los graffitis que inundan las calles de la ciudad, se ratifica en la soledad que día a día va poseyéndonos y que no obligan a aullar para que la muerte no nos despierte de este alegórico viaje antes de haber seducido a nuestras propias posibilidades.
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